Existe una condición mental en la que hemos sido adoctrinados con eficiencia por nuestro sistema educativo.
Es la condición mental automática de hacer cuentas “para ver si nos alcanza”.
En el momento en el que vemos algo que nos gusta y queremos, automáticamente lo primero que hacemos es “hacer cuentas”.
¿Cuánto nos queda libre del salario? ¿Cuánto tengo disponible en la tarjeta? ¿A cuanto me queda la cuota a 6 meses o 1 año? Y si las cuentas dan, lo pagamos.
O incluso contamos por adelantado con lo que nuestra mente entiende que son cosas que merecemos.
En 2 meses me toca mi aumento de salario. El otro mes me pagan mis vacaciones, el otro mes me van a contratar en no sé dónde, etc.
Existe una falla global en este adiestramiento. Es que no hemos aprendido a entender que los factores sobre los cuales hacemos cuentas son factores que no controlamos.
Que dependemos de no tener ninguna “sorpresa” en nuestro empleo en el próximo año. Que no nos despidan o nos notifiquen que las vacaciones las pagarán hasta final de año.
Dependemos de que todas nuestras “cuentas alegres” salgan a la perfección y, más importante, no tener ningún imprevisto.
Sin embargo, cuando los imprevistos aparecen nuestra reacción natural es que no es culpa nuestra.
“Es que yo no sabía que se me iba a enfermar el niño”. ¿Cómo es posible que tengas hijos y no sepas que se enferman de vez en cuando?
“Es que yo no sabía que se me iba a arruinar el carro”. ¿Qué no ves cuantos centros de servicio, talleres mecánicos y ventas de repuestos existen? ¿Y crees que existen porque los caros nunca se arruinan?
Después de pasada esa etapa, caemos en una mini reflexión, aunque lastimosamente no tomamos responsabilidad absoluta con nuestras acciones, ya que, eventualmente, cometemos los mismos errores.
“Si hombre, metí la pata, no debí haber comprado esa tele de 60 pulgadas”.
Cuando tienes un poco de hambre vas a la tienda y compras una coca-cola y una galleta con una soltura que debería reflejar tu forma de comprar. Simplemente cuentas las monedas, vas a la tienda, compras, pagas y te vas. No necesitas sentarte media hora con una calculadora a hacer cuentas.
Después, si aparece un imprevisto, no dices: “Diablos, si tan solo no hubiera comprado esa coca cola la semana pasada no estaría en este apuro”.
Ni meses después piensas: “Wow, no puedo creer lo idiota que fui comprando esa coca cola”.
Simplemente si no puedes pagar algo, eso que quieres, con la misma frescura y solvencia con la que compras una coca cola, no puedes pagarlo.
Talvez si puedas desde un punto muy estricto de la palabra, pero estás tomando riesgos.
Tenemos la idea a pensar que si un riesgo sale bien es porque sabíamos que todo estaría bien. Cuando sale mal decimos que tuvimos mala suerte.
Hay que entender algo sobre los riesgos, es una cuestión de probabilidad matemática.
Si tu crees que porque tienes un 80% de chance de que todo salga bien, no significa que siempre saldrá bien. Significa que saldrá mal un 20% de las veces. Y si 10 veces tomas el mismo riesgo inevitablemente 2 de ellas saldrán mal, desde un punto de vista estrictamente matemático, en la práctica pueden ser 4 o ninguna.
Pero tomar riesgos así, siempre, seguido. Inevitablemente alguna vez las cosas no saldrán bien. Toma riesgos que sabes que puedes asumir. Voy a gastar $1,000 en una tele nueva. Si mañana necesito $3,000 para una cuenta de hospital de mis hijos. ¿Me arrepentiré de esta compra?
Acá toma nuevamente vital importancia el porque las 3 cuentas de ahorro de las que te hablé en el artículo: “Ahorros ¿Para qué?”
Si crees que puedes pagarlo no puedes. Si puedes comprarlos con la misma tranquilidad de la coca cola de ayer en la tarde, si puedes.
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